Jan. 13, 2021
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Una noche de noviembre, subí la colina empinada de la fortaleza, pasando fácilmente por sus muros maltrechos. Con solo una hora de luz menguante, estudié una foto de su libro. Mostró a mi mamá de veinte años, vestida de una chamarra de cuero no característica, sentada en un muro dentro de la Alhambra con el antiguo barrio músulman (el Albaicín) subiendo la colina gemela detrás de ella. Localicé otro muro a unos pasos de lo suyo, porque ya no podía acceder el muro que utilizó. Al disminuir la luz, manchas rosadas se asomaron por las nubes y las aves comenzaron su canción de la hora de dormir. Las luces empezaron a encenderse sobre la colcha a base de retazos del Albaicín anciano con sus calles y pasajes inundadas de luz amarilla. La voz de un cantaor flamenco iba a la deriva encima de la colina y se juntó con la música de las aves. Con el sol prácticamente puesto, las sombras se arrastraron y los gatos guardianes de la Alhambra se despertaron para su caza de noche. Un rayo de pelaje rojo se fue rápidamente debajo de mis pies, su figura me captó la atención. Era un gato atigrado. Se parecía mucho a Tiger Bob, el gato de mi mamá de su niñez. De hecho, se parecía aún más a un gato cuya foto tomó mi madre en la Alhambra en 1991. Ella acertadamente etiquetó la foto “Jugando con los gatos ‘amables’”. Más pasos fantasmas.
Durante el verano en España, cuando los termómetros del país rompen por el calor, los restaurantes que tienen terrazas utilizan nebulizadores para rociar a los clientes con un vapor frío. Cada treinta segundos, una nube blanca sale del aparato y lentamente comienza su baile al suelo. La luz del sol ilumina las partículas como dan vueltas para consolar, durante un momento, a los comensales que esperan. Cada nube da un momento de paz. La incomodidad que acompaña al caótico calor turbulento se calma por unos segundos. Una sed es satisfecha. Cuando la cuenta se paga al final, no queda más que calor abrasador.
Fantasma parte 4
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Con solo una hora de luz menguante, estudié una foto de su libro.
Mostróaba a mi mamá de veinte años, vestida de una chamarra de cuero no característica, sentada en un muro dentro de la Alhambra con el antiguo barrio múusulmaán (el Albaicín) subiendo la colina gemela detrás de ella.
Localicé otro muro a unos pasos de los suyos, porque ya no podía acceder el muro que utilizó.
Al disminuir la luz, manchas rosadas se asomaron por las nubes y las aves comenzaron su canción de la hora de dormir.
Las luces empezaron a encenderse sobre la colcha a base de retazos del Albaicín anciano con sus calles y pasajes inundadaos de luz amarilla.
La voz de un cantaor flamenco iba a la deriva encima de la colina y se juntó con la música de las aves.
Con el sol prácticamente puesto, las sombras se arrastraron y los gatos guardianes de la Alhambra se despertaron para su caza de noche.
Un rayo de pelaje rojo se fue rápidamente debajo de mis pies, su figura me captó la atención.
Era un gato atigrado.
De hecho, se parecía aún más a un gato cuya foto tomó mi madre en la Alhambra en 1991.
Ella acertadamente etiquetó la foto “Jugando con los gatos ‘amables’”.
Durante el verano en España, cuando los termómetros del país rompen por el calor, los restaurantes que tienen terrazas utilizan nebulizadores para rociar a los clientes con un vapor frío.
Cada treinta segundos, una nube blanca sale del aparato y lentamente comienza su baile al suelo.
La luz del sol ilumina las partículas como dan vueltas para consolar, durante un momento, a los comensales que esperan.
Cada nube da un momento de paz.
La incomodidad que acompaña al caótico calor turbulento se calma por unos segundos.
Una sed es satisfecha.
Cuando la cuenta se paga al final, no queda más que calor abrasador.
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Una noche de noviembre, subí la colina empinada de la fortaleza, pasando fácilmente por sus muros maltrechos. |
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Mostró a mi mamá de veinte años, vestida de una chamarra de cuero no característica, sentada en un muro dentro de la Alhambra con el antiguo barrio músulman (el Albaicín) subiendo la colina gemela detrás de ella. Mostr |
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Se parecía mucho a Tiger Bob, el gato de mi mamá de su niñez. |
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Más pasos fantasmas. |
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